jueves, 30 de octubre de 2008

EL SOLIPSISTA


EL SOLIPSISTA - Fredric Brown

Walter B. Jehovah, por cuyo nombre no pido excusas desde que realmente fue su nombre, ha sido un solipsista toda la vida. Un solipsista, en el caso de que no conozcas la palabra, es alguien que cree que él es la única cosa que existe realmente, que el resto de la gente y el universo en general existe sólo en su imaginación, y que si él dejara de imaginarlos su existencia acabaría.

Un día Walter B. Jehovah comenzó a practicar el solipsismo. En una semana su mujer se escapó con otro hombre, perdió su trabajo como agente marítimo y se rompió la pierna en la persecución de un gato negro tratando de evitar que se cruzara en su camino.

Decidió, en la cama del hospital, acabar con todo.

Mirando a través de su ventana, hacia las estrellas, deseó que no existieran, y no estuvieron allí nunca más. Entonces él deseó que no existiera ninguna otra persona, y el hospital comenzó a estar demasiado tranquilo incluso para un hospital. Lo siguiente, el mundo, y se encontró suspendido en un vacío. Se libró de su cuerpo, y dió el paso final para tratar de acabar con su propia existencia.

No ocurrió nada.

Extraño, pensó. ¿Puede haber un límite para el solipsismo?

«», dijo una voz.

«¿Quién eres?», preguntó Walter B. Jehovah.

«Soy el único que creó el universo que acabas de aniquilar. Y ahora tú has tomado mi lugar». Hubo un enorme suspiro. «Puedo, finalmente, acabar con mi existencia, encontrar olvido, y dejarte tomar posesión».

«Pero, ¿cómo puedo dejar de existir? Eso es lo que estoy intentando hacer».

«Sí, lo sé», dijo la voz. «Debes hacerlo del mismo modo que yo lo hice. Crea un universo. Espera hasta que alguien en él crea realmente lo que tú creíste y trate de dejar de existir. Entonces te puedes retirar y dejarle tomar posesión. Adiós.»

Y la voz se fue.

Walter B. Jehovah estaba sólo en el vacío, y era la única cosa que podía hacer.

Creó el cielo y la tierra.

Tardó siete días.

FIN







EL NUEVO PLACER


EL NUEVO PLACER

Khalil Gibran

Anoche inventé un nuevo placer. y me disponía a probarlo por vez primera cuando un ángel y un
demonio llegaron presurosos a mi casa. Ambos se encontraron en mi puerta y disputaron acerca de
mi placer recién creado; uno de los dos gritaba:
-¡Es un pecado!
Y el otro, en igual tono aseguraba: - ¡Es una virtud!





lunes, 27 de octubre de 2008

Su amor no era sencillo

Su amor no era sencillo

Mario Benedetti

Los detuvieron por atentado al pudor.

Y nadie les creyó cuando el hombre y la mujer trataron de explicarse.

En realidad, su amor no era sencillo.

Él padecía claustrofobia, y ella, agorafobia.


Era sólo por eso que fornicaban en los umbrales.






Erik Satie - Bajo la Lluvia


EL DESPERTAR


Pizarnik

Textos Impares - 12/04/08

EL DESPERTAR

A León Ostrov


Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios

Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo

Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos

Señor
El aire me castiga el ser
Detrás del aire hay monstruos
que beben de mi sangre

Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada.

Señor
Tengo veinte años
También mis ojos tienen veinte años
y sin embargo no dicen nada

Señor
He consumado mi vida en un instante
La última inocencia estalló
Ahora es nunca o jamás
o simplemente fue

¿Cómo no me suicido frente a un espejo
y desaparezco para reaparecer en el mar
donde un gran barco me esperaría
con las luces encendidas?

¿Cómo no me extraigo las venas
y hago con ellas una escala
para huir al otro lado de la noche?

El principio ha dado a luz el final
Todo continuará igual
Las sonrisas gastadas
El interés interesado
Las preguntas de piedra en piedra
Las gesticulaciones que remedan amor
Todo continuará igual

Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo
porque aún no les enseñaron
que ya es demasiado tarde

Señor
Arroja los féretros de mi sangre

Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón

Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglos

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y ha devorado mis esperanzas

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo.




miércoles, 22 de octubre de 2008

Instrucciones para Subir una Escalera


Instrucciones para Subir una Escalera

Julio Cortázar

Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.

Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza y que, salvo excepciones, cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en este descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).

Llegado de esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera.
Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.

LAS SONÁMBULAS

LAS SONÁMBULAS

Khalil Gibran

Textos Impares - 8/04/08

En mi ciudad natal vivían una mujer y sus hija, que caminaban dormidas.
Una noche, mientras el silencio envolvía al mundo, la mujer y su hija caminaron dormidas hasta que se reunieron en el jardín envuelto en un velo de niebla.
Y la madre habló primero:

- ¡Al fin! -dijo-. ¡Al fin puedo decírtelo, mi enemiga! ¡A ti, que destrozaste mi juventud, y que has vivido edificando tu vida en las ruinas de la mía! ¡Ardo en deseos de matarte!

Luego, la hija habló, en estos términos:

- ¡Oh mujer odiosa, egoísta y vieja! ¡Te interpones entre mi libérrimo ego y yo! ¡Quisieras que mi vida fuera un eco de tu propia vida marchita! ¡Desearía que estuvieras muerta!

En aquel instante cantó el gallo, y ambas mujeres despertaron.

-¿Eres tú, tesoro? -dijo la madre amablemente.
-Sí; soy yo, madre querida -respondió la hija con la misma amabilidad.



lunes, 20 de octubre de 2008

Alter Ego

Alter Ego
Hugo Correa

-Señor: Aquí está su Alter Ego. Tenga la bondad de firmar el comprobante.

Demetrio abrió el estuche y retrocedió maravillado: allí estaba él, los brazos pegados al cuerpo, en la más completa desnudez e inmovilidad. Si la posición erguida no fuese la menos apropiada para un durmiente, lo habría despertado; tan naturales parecían el color de la piel, las arrugas que empezaban a esbozarse alrededor de los ojos, los labios delgados y la despejada frente. El pelo liso, peinado cuidadosamente, como el de su doble humano.

Cogió la caja de control y, guiándose por el catálogo, puso en marcha al títere. Caminaba con soltura y naturalidad, sin los movimientos grotescos que caracterizaban a los autómatas del pasado, como si poseyese huesos, músculos, nervios y los demás órganos de un ser natural. Demetrio lo hizo practicar los actos elementales: sentarse, vestirse, encender un cigarrillo, rascarse una oreja. Si los propietarios de los títeres quieren disfrutar de ellos -decía el manual de instrucciones-, necesitan estudiarse concienzudamente a sí mismos, por lo menos en cuanto a su mímica, gestos, manera de andar, etc.

Demetrio, ya perito en la conducción de su doble, se colocó el casco introyectador. Por un instante sus ojos parpadearon en las tinieblas. Pero una vez abierto el interruptor ocular, recuperó la vista: la sala de estar se presentaba tal como si la estuviese observando desde otro ángulo. ¿Qué ocurriría? Sencillamente empezaba a ver por los ojos del títere. Alter Ego, parado en el centro de la habitación, vuelto hacia la entrada, pestañeaba con naturalidad: los instrumentos movían sus párpados sintéticos cada vez que Demetrio lo hacía. El hombre presionó una tecla, y el sosia dio media vuelta: pudo verse a sí mismo en el sillón, cubierta la cabeza con la escafandra, los controles sobre las rodillas. Una vez abierto el canal auditivo, no le cupo duda que se había trasladado al centro de la pieza: escuchaba los ruidos de la ciudad y los producidos por los cambios de postura en el asiento. Y el olfato. Cómo respirar a través de un Alter Ego. Los odorófonos transmitían las sensaciones del aire aspirado desde otro lugar. Probó la voz de su duplicado: en cuanto Alter Ego abrió la boca, Demetrio se escuchó a sí mismo hablándose desde el medio del cuarto:

-¿Cómo estás, Demetrio? Has nacido de nuevo. ¿Verdad que te sientes como el pez al que se le ha cambiado el agua del acuario?

Demetrio se escuchó complacido. Hizo caminar a Alter Ego por la sala, lo condujo a una ventana y, asomado a ella, contempló la cuidad que fulgía bajo un cielo ardiente, salpicado de helicópteros. Todo parecía más bello que cuando lo miraba con sus propios ojos; más azul y brillante el firmamento; de colores más alegres y definidos los rascacielos. Sí: Alter Ego le mostraba la verdadera realidad de las cosas. Las sensaciones que el sosia le transmitía del mundo lo embargaron de una súbita paz con la humanidad. Revivieron en su imaginación las emociones de juventud, aquellas que los años fueron esfumando hasta convertirlas en tenues imágenes, voluntaria o involuntariamente olvidadas. Pero ahora sentíase poseído de un extraño valor para recordar. Podía mirar con serenidad su vida, rememorar sus pensamientos juveniles; cuánto había ambicionado; cómo poco a poco fue renunciando a lo que más amaba para poder labrarse una situación.

-¿Recuerdas cuando quisiste ser actor y representar al «Emperador Jones»? ¿Cómo durante meses anduviste obsesionado con los monólogos del negro? ¿Cómo le hacías el amor a Valentina, la chica que asistía contigo a las clases de teatro, y que te estimulaba porque creía en ti?

Alter Ego hablaba con una voz impostada, potente, y su mímica revelaba al hombre poseedor de una cierta experiencia teatral. Encendió un cigarrillo, aspiró una bocanada de humo y la expulsó en un delgado chorro. Se detuvo frente a un retrato donde él, Demetrio, en su escritorio de trabajo, rodeado de propaganda, carteles, panfletos, avisos, sonreía satisfecho.

-Nada de malo tiene vender dentífricos, menos cuando se trata de un buen producto, elaborado a conciencia, y que, después de todo, cumple una función social: ofrecer una dentadura blanca y un aliento perfumado. Aplicaste a tus actividades aquella respuesta dada por Jones a Smither: «¿Acaso el hombre no es grande por las cosas grandes que dice..., siempre que se las haga creer a la gente?» Cosa que lograste como vendedor. Pero lo malo fue que tú nunca creíste en las cosas grandes que decía Demetrio, el exitoso vendedor.

Alter Ego dio una larga calada al cigarrillo y contempló, a través de la nubecilla azul, al hombre que descansaba en la poltrona, oculto el rostro bajo en introyectador. ¡Maravillas de la electrónica! Los papilófonos transmitían el sabor del humo y su leve temperatura.

-Fumar por control remoto... ¡Qué gran ventaja para los hombres prácticos de ahora, que todo lo tratan de hacer sin comprometerse demasiado! Se experimentan las mismas sensaciones del fumador sin correr ninguno de sus riesgos. El principio hedonístico plenamente realizado.

Alter Ego abrió un antiguo armario, y se volvió hacia Demetrio con una sonrisa indefinible.

-Una pieza de museo, al igual que tantos hombres. ¿No son, al fin y al cabo, la mayoría de los hombres de hoy piezas de museo? Para empezar, son incapaces de realizarse a sí mismos. Todos se quedan a medio camino. Y tú no eres la excepción: querías ser actor, pero terminaste vendiendo dentífricos: era más provechoso. Abandonaste a Valentina porque era humilde, sin ambiciones. Tuviste amigos, verdaderos amigos, con los cuales se podía conversar sobre muchas cosas inútiles... ¿Inútiles? Tus nuevos conocidos solamente entienden el lenguaje económico. «¿Eso produce dinero?», te preguntan cuando, ingenuo, tratas de sacarlos de su cómodo carril, mostrándoles tu mundo interior, donde las inquietudes comienzan a enmohecer con la fatal resignación del metal corroído por los óxidos. Aprendiste, sí, a hablar como ellos. ¡No mejor que ellos! En ese mundo no existe la jerarquía.

Alter Ego terminó de fumar: apagó el cigarrillo con un gesto teatral y, enfrentando a Demetrio, lo señaló, acusador.

-Y ahora, ¿te servirá tu doble mecánico para lo que no te atreves a hacer con tus propias manos?

El títere se quedó inmóvil, mirando el casco hermético. Un denso silencio flotaba en la habitación. Brillaron los ojos de cristal. Luego, lentamente, Alter Ego se volvió al estante, que aún permanecía abierto. Su mirada se endureció. Sacó una pistola. La examinó con aire crítico y, avanzando hacia el hombre con curiosa solemnidad, como quien camina por el interior de un templo donde se lleva a cabo la consumación de algún rito, le quitó el seguro al arma.

-El hombre es el supremo inventor. Ha creado estas armas para matar hombres, y a los sosias, para juzgarse a sí mismo. -Agregó secamente, al cabo de una brevísima pausa- El ciclo se ha cerrado.

Apuntó cuidadosamente a la inmóvil figura del sillón.



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My Diet Pill - Ego & I


LOS GATOS DE ULTHAR


LOS GATOS DE ULTHAR

H. P. Lovecraft

Textos Impares - 5/04/08


Se dice que en Ulthar, que se alza más allá del río Skai, a ningún hombre le está permitido el matar un gato; y eso es algo que puedo muy bien creer cuando contemplo al que se enrosca ronroneando ante el fuego. Ya que el gato es un ser críptico, y está cerca de cosas extrañas que resultan invisibles para el hombre. Es el alma del viejo Egipto, el portador de cuentos sobre las olvidadas ciudades de Meros y Ofir. Es de la estirpe de los señores de la jungla y heredero de los secretos del África antigua y siniestra. La esfinge es su prima, y el gato habla su lenguaje; aunque el primero es más viejo que la segunda y recuerda cuanto ella ha olvidado.

En Ulthar, antes de que los ciudadanos prohibieran matar gatos, vivían un viejo campesino y su esposa, y disfrutaban tendiendo trampas y dando muerte a los gatos de sus vecinos. Por qué lo hacían no se sabe, excepto que hay quien aborrece los maullidos de los gatos durante la noche, y le enferma que merodeen por patios y jardines durante el crepúsculo. Pero, por lo que fuese, ese anciano y su mujer gozaban atrapando y matando a cualquier gato que se aproximara a su chabola; y a juzgar por algunos de los sonidos que se oían tras la caída de la noche, algunos ciudadanos suponían que el medio de muerte empleado debía ser sumamente peculiar. Pero la gente no discutía tales cosas con el viejo y su esposa; tanto por la expresión que se leía habitualmente en sus rostros marchitos como por el hecho de que su casa fuera tan pequeña y estuviera tan oculta en la oscuridad, bajo corpulentos robles, al fondo de un patio descuidado. Realmente, por mucho que los propietarios de gatos odiaran a esa gente extraña, aún los temían más, y en vez de encararlos como asesinos brutales se limitaban a cuidarse de que sus queridas mascotas, o sus cazadores de ratones pudieran extraviarse por la alejada chabola bajo los oscuros árboles. Cuando a causa de algún descuido inevitable se perdía un gato, y aquellos sonidos se alzaban en la oscuridad, el damnificado podía lamentarse impotente o consolarse dando gracias a la suerte de que no se tratase de uno de sus hijos el perdido, ya que la gente de Ulthar era sencilla y no conocía el origen de los gatos.

Un día, una caravana de extraños vagabundos del sur penetró en las estrechas calles adoquinadas de Ulthar. Oscuros viajeros eran, distintos a las demás gentes errabundas que pasaban por el pueblo un par de veces al año. En la plaza del mercado leían el porvenir a cambio de plata y compraban hermosas baratijas a los comerciantes. Nadie sabría decir cuál era la tierra natal de esos viajeros; pero se les había visto rezar extrañas plegarias y los costados de sus carros estaban decorados con exóticas figuras de cuerpo humano y cabezas de gatos, halcones, carneros y leones. Y el jefe de la caravana lucía un tocado con dos cuernos y un curioso disco entre ambos.

En esa pintoresca caravana figuraba un muchachito sin padre ni madre, con tan sólo un diminuto gatito a su cargo. La plaga no había sido benévola con él, aun cuando le había dejado esa pequeña cosa peluda para consolarse en su pena; y cuando uno es muy joven puede encontrar gran alivio en las vivaces trastadas de un gatito negro. Así que el niño a quien el pueblo oscuro llamaba Menes sonreía más a menudo de lo que lloraba al sentarse jugando con su gracioso minino en los peldaños de un carro exóticamente decorado.

La tercera mañana de estancia de los trotamundos en Ulthar, Menes no pudo encontrar a su gato; y mientras sollozaba a solas en la plaza del mercado, algunos lugareños le hablaron del anciano y su esposa, así como de los sonidos que se oían durante la noche. Y cuando escuchó tales cosas, el sollozo dejó paso a la reflexión, y finalmente a un ruego. Tendió sus brazos hacia el sol y oró en una lengua que los ciudadanos no podían entender; aunque tampoco se cuidaron demasiado de comprenderla, ya que su atención estaba mayormente vuelta al cielo y a las extrañas formas que iban tomando las nubes. Resultaba muy curioso, porque según el muchachito hubo completado su petición, parecieron formarse sobre las cabezas las sombrías, nebulosas formas de seres exóticos; de híbridas criaturas coronadas con discos flanqueados por cuernos. La naturaleza es pletórica en tales ilusiones, listas para impresionar a los imaginativos.

Esa noche los vagabundos abandonaron Ulthar y nunca volvieron a ser vistos. Y los lugareños se vieron turbados al advertir que en todo el pueblo no podía encontrarse un solo gato. El familiar gato había desaparecido de cada hogar; gatos grandes y pequeños, negros, grises, listados, amarillos y blancos. El viejo Kranón, el burgomaestre, juraba que el pueblo oscuro se los había llevado en venganza por la muerte del gatito de Menes, y maldijo tanto a la caravana como al mozuelo. Pero Nith, el enjuto notario, aventuró que el viejo campesino y su mujer resultaban más sospechosos, ya que su aversión a los gatos era de sobra conocida, y cada vez parecía más audaz. No obstante, nadie osó quejarse a la siniestra pareja, aun cuando el pequeño Atal, el hijo del ventero, juró haber visto al crepúsculo a todos los gatos de Ulthar en ese maldito patio bajo los árboles, desfilando lenta y solemnemente en círculo alrededor de la choza, de a dos, como ejecutando algún desconocido rito de las bestias. Las gentes no sabían si prestar atención a alguien tan pequeño; y aunque temían que la maligna pareja hubiera embrujado a los gatos para matarlos, prefirieron no encararse con el viejo campesino hasta que pudieran pillarle fuera de su oscuro y repulsivo patio.

Así que todo Ulthar se acostó lleno de rabia impotente; y cuando la gente despertó al alba... ¡ mirad! ¡ Cada gato había vuelto a su hogar! Grandes y pequeños, negros, grises, listados, amarillos y blancos, ninguno se había perdido. Los gatos aparecían muy gordos y lustrosos, atronando de ronroneos satisfechos. Los ciudadanos hablaban entre sí sobre el asunto, no poco maravillados. De nuevo, el viejo Kranón insistió en que habían sido retenidos por el pueblo oscuro, ya que no hubieran regresado vivos de la choza del viejo y su mujer. Pero todos estaban de acuerdo en algo: en que la renuncia de los gatos a comer sus raciones de carne o beber sus platillos de leche resultaba sumamente curioso. Y durante dos días completos, los lustrosos, los perezosos gatos de Ulthar no tocaron su comida, limitándose a dormitar junto al fuego o al sol.

Transcurrió una semana completa antes de que los pueblerinos se percataran de que no se encendían luces tras las polvorientas ventanas de la choza bajo los árboles. Entonces el enjuto Nith apostilló con que nadie había visto al viejo o a su mujer desde la noche en que desaparecieron los gatos. Una semana más tarde, el burgomaestre decidió sobreponerse a sus miedos y acudir, como a un deber, a la morada extrañamente silenciosa; aunque tomó la precaución de hacerse acompañar por Shang el herrero y Thul el picapedrero a modo de testigos. Y cuando hubieron echado abajo la endeble puerta, tan sólo hallaron esto: dos esqueletos humanos, mondos y lirondos, sobre el suelo de tierra, así como gran número de curiosos escarabajos escabulléndose por los rincones en sombras.

Subsecuentemente, hubo muchas discusiones entre los ciudadanos de Ulthar. Zath, el alguacil, discutió largo tiempo con Nith, el enjuto notario; y Kranón y Shang y Thul fueron acosados a preguntas. Incluso Atal, el hijo del ventero, fue interrogado a fondo y recibió una golosina a modo de recompensa. Se habló del viejo campesino y de su esposa, de la caravana de oscuros vagabundos, del pequeño Menes y su gatito negro, de la plegaria de Menes y del cielo durante tal oración, de lo que hicieron los gatos la noche de la partida de la caravana, y de lo que más tarde fue hallado en la choza bajo los árboles oscuros en aquel patio repulsivo.

Y por fin los lugareños aprobaron esa señalada ley que es comentada por los mercaderes en Hatheg y discutida por los viajeros en Nir; a saber, que en Ulthar nadie puede matar a un gato.


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viernes, 17 de octubre de 2008

Ayuda Alienígena

Ayuda Alienígena
Eric Lavín


La nebulosa de moléculas inestables se acercaba inexorablemente a la Tierra.

Ciudadanos Terrestres —dijo una voz psíquica—, prepárense para ser transportados a nuestra nave.

La Humanidad suspiró... y todos los cetáceos fueron rescatados.



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El edificio que había que romper

El edificio que había que romper— Gianni Rodari
Textos Impares - 1/04/08

Hace tiempo, la gente de Busto Arsizio estaba preocupada porque los niños lo rompían todo. No hablamos de las suelas de los zapatos, de los pantalones y de las carteras escolares, no: rompían los cristales jugando a pelota, rompían los platos en la mesa y los vasos en el bar, y si no rompían las paredes era únicamente porque no disponían de martillos.

Los padres ya no sabían qué hacer ni qué decirles, y se dirigieron al alcalde.
– ¿Les ponemos una multa? – propuso el alcalde.
– Muchas gracias – exclamaron los padres -, pero así, los que ten­dríamos que pagar los platos rotos seríamos nosotros.

Afortunadamente, por aquellas partes hay muchos peritos. De cada tres personas una es perito, y todos peritan muy bien. Pero el mejor de todos era el perito Cangrejón, un anciano que tenía muchos nietos y por lo tanto tenía una gran experiencia en estos asuntos. Tomó lápiz y papel e hizo el cálculo de los daños que los niños de Busto Arsizio habían causado rompiendo tantas y tan bonitas cosas. El resultado fue espan­toso: milenta tamanta catorce y treinta y tres.
– Con la mitad de esta cantidad – demostró el perito Cangrejón – podemos construir un edificio y obligarles a los niños a que lo hagan pedazos; si no se curan con este sistema, no se curarán nunca.

La propuesta fue aceptada y el edificio fue construido en un cuatro y cuatro ocho y dos diez. Tenía siete pisos de altura y noventa y nueve habitaciones; cada habitación estaba llena de muebles y cada mueble atiborrado de objetos y adornos, eso sin contar los espejos y los grifos. El día de la inauguración se le entregó un martillo a cada niño y, a una señal del alcalde, fueron abiertas las puertas del edificio que había que romper.

Lástima que la televisión no llegara a tiempo para retransmitir el espec­táculo. Los que lo vieron con sus ojos y lo oyeron con sus oídos ase­guran que parecía – Dios nos libre – el inicio de la tercera guerra mundial. Los niños iban de habitación en habitación como el ejército de Atila y destrozaban a martillazos todo lo que encontraban a su paso. Los golpes se oían en toda Lombardía y en media Suiza. Niños tan altos como la cola de un gato se habían agarrado a armarios tan grandes como guardacostas y los demolieron escrupulosamente hasta que sólo quedó un montoncito de virutas. Los bebés de los parvularios, tan lindos y raciosos con sus delantalitos rosa y celeste, pisoteaban diligentemente los juegos de café reduciéndolos a un finísimo polvo, con el que se empolvaban la nariz. Al final del primer día no quedó ni un vaso entero. Al final del segundo día escaseaban las sillas. El tercer día los niños se dedicaron a las paredes, empezando por el último piso; pero cuando llegaron al cuarto, agotados y cubiertos de polvo como los soldados de Napoleón en el desierto, se fueron con la música a otra parte, regresando a casa tambaleantes, y se acostaron sin cenar.


Se habían ya desahogado por completo y no encontraban ya ningún placer en romper nada; de repente, se habían vuelto tan delicados y ligeros como las mariposas, y aunque hubiesen jugado al fútbol en un campo de vasos de cristal no hubiesen roto ni uno solo.

El perito Cangrejón hizo más cálculos y demostró que la ciudad de Busto Arsizio se había ahorrado dos remillones y siete centímetros.

El Ayuntamiento dejó libertad a sus ciudadanos para que hiciesen lo que quisieran con lo que todavía quedaba en pie del edificio. Y enton­ces pudo verse cómo ciertos señores con carteras de cuero y con gafas de lentes bifocales – magistrados, notarios, consejeros delegados – se armaban de un martillo y corrían a demoler una pared o una esca­lera, golpeando tan entusiasmados que a cada golpe se sentían reju­venecer.
– Esto es mejor que discutir con mi esposa – decían alegremente -, es mejor que romper los ceniceros o el mejor juego de vajilla, regalo de tía Mirina…

Y venga martillazos.

En señal de gratitud, la ciudad de Busto Arsizio le impuso una medalla con un agujero de plata al perito Cangrejón.



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miércoles, 15 de octubre de 2008

EL LADRÓN DE GATOS


EL LADRÓN DE GATOS
Fredric Brown

El jefe de Policía de Midland City tenía dos gatos, uno de los cuales se llamaba Notita y el otro Memorión. Pero este hecho no tiene nada que ver con que los gatos fueran gatos, pues esta historia se refiere a lo que el Jefe de Policía denominó como una inexplicable serie de robos: una ola de crímenes cometidos por un solo hombre.

El ladrón, forzando las puertas, penetró en diecinueve casas o apartamentos en un período de pocas semanas. Aparentemente, enfocaba su trabajo con mucho cuidado, y no parecía una simple coincidencia el que en cada casa atracada hubiese un gato.

Y que sólo robase el gato.

A veces descubría dinero a la vista y en otras ocasiones hallaba joyas; pero no les prestaba la menor atención. Al volver a casa los propietarios, se encontraban forzada la puerta o una ventana, que el gato no estaba y que nada había sido robado o revuelto.

Por aquella razón - si es que quisiéramos extendernos sobre lo obvio, cosa que haremos -, los periódicos y el público empezaron a llamarle Ladrón de Gatos.

En el vigésimo asalto - y el primero en que fracasó - le atraparon. Con la ayuda de los periódicos, la policía tendió una trampa anunciando que los propietarios de un siamés premiado acababa de regresar de una feria de gatos celebrada en una ciudad cercana, donde el animal no solo se había llevado el premio a la mejor crianza sino el mucho más valioso de ser el mejor animal de la exposición.

Cuando apareció la historia en los periódicos, acompañada de una preciosa foto del animal, la policía rodeó la casa e hizo salir a los propietarios. Era lo obvio.

Dos horas después, el ladrón apareció, forzó la casa y entró en ella, le cogieron con las manos en la masa, mientras se llevaba al campeón siamés bajo el brazo.

Al llegar a la comisaría de policía, le interrogaron. El Jefe de Policía sentía curiosidad, lo mismo que los periodistas.

Para su sorpresa, el ladrón fue capaz de dar una explicación perfectamente lógica y comprensible de la inusual y especializada naturaleza de sus robos. No le soltaron, claro está, y eventualmente fue juzgado, pero recibió una sentencia muy suave pues incluso el juez reconoció que, aunque sus métodos para conseguir gatos eran ilegales, su objetivo no dejaba de ser laudatorio.



Era un científico aficionado. Para su investigación, necesitaba gatos, los gatos robados eran llevados a su casa y piadosamente entregados al sueño eterno. Luego, cremaba a los gatos en un horno para cumplir sus fines. Metía las cenizas en jarros y experimentaba con ellas, pulverizándolas en varias gradaciones de espesor, tratándolos de diversos modos, y, a continuación, echando agua caliente sobre ellas. Intentaba descubrir la fórmula para hacer gatos al instante: Gatistant.







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EL DÍA QUE EL SR. COMPUTADORA SE CAYÓ DE SU ÁRBOL


EL DÍA QUE EL SR. COMPUTADORA

SE CAYÓ DE SU ÁRBOL

Philip K. Dick. Textos Impares 31/03/08

Despertó, y sintió de golpe que algo estaba aterradoramente mal. Oh, Dios mío, pensó mientras se percataba que el señor Cama lo había depositado hecho un ovillo en un montón desordenado contra la pared. Está comenzando de nuevo, se dio cuenta. Y el Directorio Oeste nos prometió infinita perfección. Esto es lo que conseguimos, pensó, por creer lo que dicen simples humanos.
Como mejor pudo, logró desembarazarse de sus sábanas, se levantó tembloroso y cruzó la habitación rumbo al señor Armario.
—Quisiera un elegante traje cruzado, gris zapa —le informó, hablando crispadamente al micrófono sobre la puerta del señor Armario—. Una camisa roja, calcetines azules, y...
Pero fue inútil. La ranura ya estaba vibrando mientras un par de grandes bombachos de seda para mujer estaban deslizándose hacia fuera.
—Tienes lo que ves —dijo la metálica voz del señor Armario, llegando hasta él con un eco profundo.
Con ánimo sombrío, Joe Contemptible se puso los bombachos. Al menos era mejor que nada, como aquel día, en el Terrorífico Agosto, cuando la vasta computadora poli encefálica en Queens les había dado a todos, en la Más Grande América, nada más que un pañuelo para usar.
Dirigiéndose al baño, Joe Contemptible lavó su cara, y encontró que el líquido que estaba rociando sobre sí mismo era tibia cerveza de raíz. Cristo, pensó. Esta vez el señor Computadora está mucho más loco que nunca antes. Ha estado leyendo cuentos de ciencia ficción del viejo Phil Dick, decidió. Esto es lo que ganamos por proveer al señor Computadora con toda clase de basura arcaica del mundo, para que lea y almacene en sus bancos de memoria.
Terminó de peinar su cabello, sin hacer uso de la cerveza de raíz, y luego, habiéndose secado, entró en la cocina para ver si el señor Cafetera tenía al menos un fragmento de cordura en una realidad que estaba deteriorándose completamente a su alrededor.
No tuvo suerte. El señor Cafetera le presentó servicialmente una taza con jabón. Bien, ¿qué le vamos a hacer?
El problema real, sin embargo, llegó cuando trató de abrir al señor Puerta. El señor Puerta se negó a abrir; en lugar de ello se quejó con un sonido metálico:
—Los caminos de la gloria no conducen sino a la tumba.
—¿Y eso qué significa? —demandó Joe, enojado ahora. Esta situación absurda ya no tenía gracia. Nunca la había tenido en circunstancias similares con anterioridad, excepto, quizá, cuando el señor Computadora le había servido para el desayuno faisán asado.
—Significa —dijo el Sr. Puerta— que estás perdiendo tu tiempo, desgraciado. De ninguna manera vas a ir a tu oficina hoy.

[...] Extracto.


Devendra Banhart - London, London

martes, 14 de octubre de 2008

PESADILLA EN AZUL



PESADILLA EN AZUL

Fredric Brown


Se despertó con la mañana más brillante y azul que hubiera visto nunca. Por la ventana de la habitación podía ver un cielo increíble. George se tiró rápidamente de la cama, bien despierto, para no perder otro minuto de su primer día de vacaciones. Se vistió procurando no despertar a su esposa. Habían llegado a la casa de campo, prestada por un amigo para pasar las vacaciones, bastante tarde la noche anterior, y Vilma llegó muy cansada del viaje; la dejaría dormir tanto como ella quisiera. Se llevó los zapatos a la salita, para ponérselos allí.

El pequeño Tommy, su hijo de cinco años, salió bostezando del cuarto más pequeño, donde dormía.

- ¿Quieres desayunar? - le preguntó George. Y cuando Tommy asintió, le dijo -: Vístete y reúnete conmigo en la cocina.

George fue a la cocina; pero, antes de empezar a desayunar, salió a la puerta y echó un vistazo a los alrededores. Cuando llegaron, estaba ya oscuro y sólo conocía el lugar por referencias. Ahora aparecía ante sus ojos el bosque virgen más hermoso que jamás hubiera podido imaginarse. La casa de campo más cercana, según le dijeron, estaba a una milla de distancia, al otro lado de un lago no muy grande. No alcanzaba a verlo por los árboles, pero el camino que se iniciaba en la puerta de la cocina conducía hasta sus orillas, a menos de un cuarto de milla de distancia. Su amigo le dijo que estaba bien para nadar y pescar.

La natación no le interesaba a George; no tenía miedo al agua, pero tampoco le gustaba de forma especial, y nunca aprendió a nadar. Su esposa si era una buena nadadora y también lo era Tommy; un verdadero renacuajo.

Tommy se le unió enseguida; para el chico, la idea de estar vestido era ponerse un bañador, y eso no le llevó mucho tiempo.

- Papá - propuso -, vamos a ver el lago antes de desayunar, ¿eh?

- Muy bien - aceptó George. No tenía hambre y, para cuando regresaran, quizá Vilma estaría ya despierta.

El lago era hermoso, de un azul más intenso que el del cielo, y terso como un espejo. Tommy se lanzó alegremente al agua mientras George le pedía insistentemente que se quedara cerca de la orilla.

- Puedo nadar bien, papá. Muy bien.

- Sí, pero tu madre no está aquí. Mantente cerca.

- El agua está tibia, papá.

A lo lejos, George vio saltar un pez. Después del desayuno volvería con su caña para tratar de pescar una trucha.

Le dijeron que la vereda que corría a lo largo de la orilla conducía a un lugar, un par de millas más adelante, donde se podían alquilar botes. Trató de distinguir a lo lejos ese embarcadero.

Repentinamente hubo un grito de angustia:

- ¡Papá, mi pierna...!

George se dio la vuelta y vio desaparecer la cabeza de Tommy, a unos veinte metros de distancia. Debía tratarse de un calambre, pensó frenéticamente; Tommy sabía nadar muy bien.

Durante un segundo estuvo a punto de arrojarse al agua, pero se dijo que de nada serviría ahogarse también. Si pudiera avisar a Vilma habría alguna posibilidad...

Corrió hacia la casa. Unos cien metros antes empezó a gritar, a todo pulmón:

- ¡Vilma! ¡Vilma!

Cuando llegó a la cocina, ella salió, en pijama todavía. Corrió tras él, de regreso al lago y pronto le alcanzó dejándole atrás, hasta llegar a la orilla del lago con una ventaja de casi cincuenta metros, y arrojarse al agua nadando vigorosamente hacia el punto donde apareció durante un momento la parte posterior de la cabeza del niño flotando en la superficie.

Vilma llegó en unas cuantas brazadas, lo agarró y entonces, al enderezar el cuerpo para regresar, George pudo ver con horror, un horror reflejado también en los ojos azules de su esposa, que ella estaba de pie sobre el fondo del lago, abrazando a su hijo muerto, ahogado en tan sólo tres pies de agua.




[ F I N ]






Wim Mertens - Struggle for Pleasure


HIJA DEL VIENTO




HIJA DEL VIENTO Alejandra Pizarnik

Textos Impares - 29/03/08

Han venido.
Invaden la sangre.
Huelen a plumas,
a carencias,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.

Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.

Tú lloras debajo del llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.

Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.



Muse - Muscle Museum



domingo, 12 de octubre de 2008


PESADILLA EN BLANCO

Fredric Brown



Se despertó de pronto, preguntándose por qué dormía si no quería hacerlo. Echó una rápida ojeada a la esfera luminosa de su reloj de pulsera. Los números, que brillaban en una oscuridad casi absoluta, le indicaron que pasaban unos minutos de las once. Había descansado; fue suficiente una breve cabezada. Se había quedado dormido en el sofá, menos de media hora antes. Si su esposa realmente quería estar con él, habría de ser más tarde. Tendría que esperar hasta estar segura de que la condenada hermana de él estuviera dormida, profundamente dormida.


Resultaba una situación ridícula. Sólo llevaban casados tres semanas, volvían de la luna de miel, y era la primera vez que dormía solo durante ese tiempo. Y todo porque su hermana Débora había insistido absurdamente en que pasaran la noche en su apartamento. Cuatro horas más de viaje y hubieran llegado a casa, pero insistió tanto Débora que tuvieron que aceptar. Después de todo, se confesó, una noche de abstinencia no le vendría mal; de hecho, estaba fatigado y sería mucho mejor aprovechar esta oportunidad para conducir descansado y fresco a la mañana siguiente.


Por supuesto, el apartamento de Debie sólo tenía un dormitorio y él sabía de antemano, antes de aceptar su invitación, que no podría acceder a su ofrecimiento de dormir fuera y dejarles a él y a Betty en la habitación. Hay formas de hospitalidad que uno no puede aceptar, ni siquiera de nuestra dulce y cariñosa hermana soltera. Pero estaba seguro, o casi seguro, que Betty esperaría a que Débora se durmiera para ir a reunirse con él, aunque fuera breve el momento de intimidad, ya que se sentiría cohibida pensando que algún ruido podía despertar a su cuñada.


Seguramente vendría, por lo menos para darle un beso de buenas noches, y quizá se arriesgara a ir un poco más lejos, como él estaba decidido a hacer. Por esa razón la esperaba en silencio.


Claro que ella vendría, sí... la puerta se abrió despacio en la oscuridad y se cerró de nuevo silenciosamente, oyéndose únicamente el chasquido de la cerradura y el suave roce de la negligeé o camisón, o lo que fuera, al caer al suelo. Un momento más tarde, el cuerpo desnudo se estrechaba contra el suyo y la única conversación fue un murmullo.


- Querido... - y después no fueron necesarias más palabras.


Ninguna palabra durante los interminables minutos que pasaron hasta que la puerta se abrió nuevamente, esta vez dejando pasar una luz blanca y delineando, con blanco horror, la silueta de su esposa de pie en el marco de la puerta comenzando a gritar.



[F I N]




Derrota

Derrota - Khalil Gibran


Textos Impares - 26/03/08

Derrota, mi derrota, mi soledad y mi aislamiento;
me eres más querida que mil triunfos
y más dulce al corazón que toda la gloria del mundo.

Derrota, mi derrota, mi desafío y conocimiento de mí mismo,
por ti sé que aún soy joven y ligero de pies
y desdeñoso de los marchitos laureles.
En ti encontré perfecta soledad
y la alegría de ser humillado y despreciado.

Derrota, mi derrota, mi rutilante espada y mi escudo;
en tus ojos he leído
que ser entronizado es ser esclavizado,
que ser comprendido es ser rebajado
y ser entendido es tan sólo alcanzar la propia plenitud
y, como un fruto maduro, caer y consumirse.

Derrota, mi derrota, mi audaz compañera;
tú escucharás mis cantos, mis gritos y mis silencios;
y nadie sino tú me hablará del batir de alas,
del furor de los mares,
de montañas que arden en la noche;
y sólo tú escalarás mi escarpada y rocosa alma.

Derrota, mi derrota, mi inmortal valor;
tú y yo reiremos juntos con la tormenta,
juntos cavaremos fosas para todo lo que muere en nosotros
y nos erguiremos ante el sol con una voluntad,
y seremos peligrosos.




jueves, 9 de octubre de 2008

RECONCILIACIÓN ó PESADILLA DE ESPECTRO ENTRÓPICO


RECONCILIACIÓN

ó

...:·· PESADILLA DE ESPECTRO ENTRÓPICO ··:…

Fredric Brown


Fuera, la noche era silenciosa y estrellada. En el salón de la casa se respiraba un ambiente tenso. El hombre y la mujer que allí estaban se contemplaban con odio, a unos pocos metros el uno del otro.

El hombre tenía los puños cerrados como si debiera utilizarlos, y los dedos de la mujer estaban separados y curvados como garras, pero ambos mantenían los brazos rígidamente estirados a lo largo de su cuerpo. Eran seres civilizados.


Ella habló en voz baja:

- Te odio - dijo -. He llegado a odiar todo lo que te concierne.

- No me extraña - replicó él -. Ya me has arrancado hasta el último céntimo con tus extravagancias, y ahora que ya no puedo comparte todas las tonterías que tu egoísta corazoncito...

- No es eso. Ya sabes que no es eso. Si aún me trataras igual que antes, sabes que el dinero no importaría. Es esa... esa mujer.


Él suspiró como aquel que suspira al oír una cosa por diezmilésima vez.


- Sabes muy bien - dijo - que ella no significaba nada para mí, absolutamente nada. Tú me empujaste a hacer... lo que hice. Y, a pesar de que no significara nada para mí, no lo lamento. Volvería a hacerlo.

- Volverás a hacerlo, en cuanto se te presente la oportunidad. Pero yo no estaré aquí para que me humilles. Me has humillado ante mis amigas...

- ¡Amigas! Esas arpías cuya asquerosa opinión te importa más que...

Un destello cegador y un calor sofocante. Ambos comprendieron, y cada uno de ellos dio un paso hacia el otro con los brazos extendidos; se abrazaron desesperadamente durante el segundo que les quedaba, el segundo final, que era todo lo que entonces importaba.


- Oh, amor mío, te quiero...

- John, John, cariño...

La onda de choque les alcanzó.


Fuera, en lo que había sido una noche silenciosa, una flor roja aumentaba de tamaño y se alzaba hacia el cielo destruido.



[FIN]