domingo, 30 de agosto de 2009

Y Así Sucesivamente


Y ASÍ SUCESIVAMENTE

James Tiptree Jr.


En un rincón del salón de pasajeros el niño había logrado activar una pantalla de video.

- ¡Rovy! Te han dicho que no juegues con la pantalla durante el Salto. Ya sabes que allí no hay nada, son sólo lucecitas, querido... Ahora, vuelve a jugar.

Mientras la joven matrona-de-clan lo conducía de vuelta a los capullos algo ocurrió. Fue un sacudón muy leve, apenas lo suficiente para llamar la atención de los pasajeros somnolientos. Inmediatamente habló una voz serena, acompañada por el murmullo de la traducción múltiple.

- Habla el capitán. La discontinuidad momentánea que acabamos de experimentar es totalmente normal en esta modalidad del paraespacio. Tendremos una o dos más antes de llegar al complejo de Orión, donde estaremos en un par de unidades de tiempo de a bordo.

Ese episodio menudo estimuló la charla.

- Realmente compadezco a los jóvenes de hoy - la enorme criatura con ropas de mercader tamborileó en su pantalla de Noticias Galácticas, infló confortablemente las bolsas auditivas -. Ya pasaron los buenos tiempos. Diantre, cuando salí por primera vez, todo esto era una región fronteriza. Hacía falta valor para ir más allá de la Cruz del Norte. Uno redactaba el testamento antes del viaje. Aún recuerdo el primer Salto Transgaláctico.

- ¡Qué rápido ha cambiado todo! - se admiró su locuaz pequeño, que añadió, audaz -: Los jóvenes son tan apáticos. Aceptan todas estas maravillas como naturales, la idea del heroísmo les hace gracia.

- ¡Héroes! - refunfuñó el mercader -. ¡No ellos! - paseó una mirada desafiante por la lujosa cabina, lo que provocó gestos de asentimiento; de golpe un capullo giró para enfrentarlo y descubrir a un terráqueo con el uniforme gris de los Caminantes.

- El heroísmo es esencialmente un concepto espacial - dio suavemente el Caminante -. Los héroes se acaban al mismo tiempo que el espacio libre por explorar - se volvió como arrepentido de haber hablado, como un hombre que trata de sobrellevar una aflicción personal.

- Oh, ¿y qué opináis de ser Orfiano? - preguntó un brillante y joven reproductor -. ¡Eso sí que es heroísmo! Atravesó solo el Brazo en una pequeña cápsula - rió, coqueto.

- No es para tanto - murmuró una cultivada voz de Galfad; el lutroide que había estado usando el puesto de referencias se quitó los cables de recepción y le sonrió al reproductor con aire distante -. Tales proezas son apenas un canto de cisne, las sobras de la cosecha, si queréis. ¿Acaso Orfiano se lanzó a lo desconocido? De ningún modo. Simplemente ponía a prueba su capacidad personal. Jugaba al héroe. No - la voz del lutroide adquirió la claridad de un Cronista experto -. La fase primitiva ha concluido. La verdadera frontera ahora está dentro: el espacio interior - se ajustó la forrajera académica.

El mercader había vuelto a su pantalla.

- Pues aquí hay una bonita oferta - gruñó -. Un anillo solar en venta, en el sector Eridani. Hace tiempo que ese sector necesita desarrollo, y las posibilidades son buenas. ¡Si alguno de esos jóvenes iracundos se decidiera a inflar las branquias y hacer algo... - golpeó al vástago en el hocico y le arrancó un maullido lastimero.

- Pero eso se parece demasiado al trabajo - agregó su interlocutor con un ánimo conciliador.

El Caminante había estado observando con callada hosquedad. Se inclinó hacia el lutroide.

- Habla usted del espacio interior. ¿Se refiere a las investigaciones psíquicas? ¿Exploraciones puramente subjetivas?

- De ninguna manera - dijo satisfecho el lutroide -. Los cultos psíquicos me parecen mero sensacionalismo. Me refiero a la realidad, a esa realidad más simple y profunda que yace más allá del alcance de las metodologías triviales de la ciencia, la realidad que sólo podemos abordar mediante lo que se llama experiencia estética o religiosa, la inmanencia divina, si prefiere...

- El arte o la religión no lo llevarían a Orión - objetó - un perro espacial gris del capullo contiguo -. Si no fuera por la ciencia no estaría usted brincando parsecs en una nave aleph.

- Quizá brincamos demasiado - sonrió el lutroide -. Quizá nuestra capacidad técnica nos hace brincar, como usted dice, sobre...

- ¿Y las guerras del Brazo? - gritó el joven reproductor -. Oh, la ciencia es horrible. Lloro cada vez que pienso en esa pobre gente - los grandes ojos humearon y la criatura se abrazó el cuerpo de manera sugestiva.

- Bien, no se puede culpar a la ciencia por lo que hacen con ella unos sabuesos con poder - masculló el perro espacial volviendo el capullo hacia el reproductor.

- Correcto - dijo otra voz, y el grupo se dispersó.

Los ojos soñadores del Caminante seguían fijos en el lutroide.

- Si usted está tan seguro de esa realidad más profunda de ese espacio interior - dijo serenamente -, ¿por qué casi no tiene uñas en la mano izquierda?

La mano izquierda del lutroide se arqueó y luego se estiró lentamente para revelar las uñas carcomidas. No carecía de disciplina.

- Reconozco el derecho de la orden a que usted pertenece, a hacer comentarios personales impertinentes - dijo con rigidez; luego suspiró Y sonrió -. Ah, desde luego. Admito que soy inmune al angst universal, la falta de nervio. El acechante temor al estancamiento y la decadencia, ahora que la vida ha llegado a los límites de la galaxia. Pero considero esto un desafío a la trascendencia que todos debemos lograr, y lograremos, mediante nuestros recursos interiores. Descubriremos nuestra frontera verdadera - cabeceó -. La vida nunca ha sorteado el desafío último.

- La vida nunca se ha topado con el desafío último - replicó el Caminante, sombrío -. Siempre que una raza, sociedad, planeta o sistema o federación o enjambre se hubo expandido hasta sus límites espaciales, luego empezó a decaer. Primero la paralización, luego una creciente entropía, degradación estructural, desorganización, muerte. En todos los casos, el proceso sólo fue detenido mediante la irrupción interna de nuevos pueblos. Tosco y simple espacio exterior. ¿Espacio interior? Considere a los veganos...

- ¡Exacto! - interrumpió el lutroide -. Eso lo refuta a usted. Los veganos estaban alcanzando los más fructíferos conceptos de realidad transfísica, conceptos que ciertamente debemos reconsiderar. Si la invasión mirmidia no hubiera causado tanta destrucción...

- Generalmente se ignora que cuando los mirmidios aterrizaron - dijo el Caminante en voz baja -, los veganos estaban devorando sus propias larvas y utilizaban los tejidos de sueño sagrados como adorno. Muy pocos podían cantar, siquiera.

- ¡No!

- Por el Camino.

Las membranas nictitantes del lutroide le enturbiaron los ojos. Al cabo de un momento dijo formalmente:

- Lleva usted consigo la dádiva de la desesperación.

El Caminante susurraba como para sí mismo.

- ¿Quién vendrá a abrir nuestros cielos? Por primera vez la vida toda está cerrada en un espacio finito. ¿Quién puede rescatar una galaxia? Las Nubes son yermos y las zonas más allá no pueden ser cruzadas siquiera por la materia, mucho menos por la vida. Por primera vez hemos alcanzado el límite de veras.

- Pero los jóvenes - dijo el lutroide con serena angustia. - Los jóvenes lo perciben. Procuran inventar pseudofronteras, huidas subjetivas. Tal vez ese espacio interior pueda fascinarles un tiempo. Pero la desesperación cundirá. A la vida no se la engaña. Hemos llegado al fin de la infinitud, al fin de la esperanza.

El lutroide miró los ojos entornados del Caminante, alzando involuntariamente la sobrepelliz académica como un escudo.

- ¿Cree que no hay nada? ¿Ninguna salida?

- Sólo nos aguarda la prolongada e irreversible decadencia. Por primera vez sabemos que no hay nada más allá de nosotros mismos.

Al cabo de un momento el lutroide agachó la cabeza y los dos seres se dejaron amortajar por el silencio. La Galaxia se deslizaba fuera, invisible, vastísima, centelleante: una prisión finita. Sin salida.

En el corredor algo se movió a sus espaldas.

El niño Rovy se deslizaba sigilosamente hacia las pantallas que daban al no-espacio, los ojos intensos y brillantes.



[ F I N ]






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