domingo, 15 de noviembre de 2009

Construção




Construção (Chico Buarque)
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Amou daquela vez como se fosse a última
Beijou sua mulher como se fosse a última
E cada filho seu como se fosse o único
E atravessou a rua com seu passo tímido
Subiu a construção como se fosse máquina
Ergueu no patamar quatro paredes sólidas
Tijolo com tijolo num desenho mágico
Seus olhos embotados de cimento e lágrima
Sentou pra descansar como se fosse sábado
Comeu feijão com arroz como se fosse um príncipe
Bebeu e soluçou como se fosse um náufrago
Dançou e gargalhou como se ouvisse música
E tropeçou no céu como se fosse um bêbado
E flutuou no ar como se fosse um pássaro
E se acabou no chão feito um pacote flácido
Agonizou no meio do passeio público
Morreu na contramão atrapalhando o tráfego

Amou daquela vez como se fosse o último
Beijou sua mulher como se fosse a única
E cada filho como se fosse o pródigo
E atravessou a rua com seu passo bêbado
Subiu a construção como se fosse sólido
Ergueu no patamar quatro paredes mágicas
Tijolo com tijolo num desenho lógico
Seus olhos embotados de cimento e tráfego
Sentou pra descansar como se fosse um príncipe
Comeu feijão com arroz como se fosse o máximo
Bebeu e soluçou como se fosse máquina
Dançou e gargalhou como se fosse o próximo
E tropeçou no céu como se ouvisse música
E flutuou no ar como se fosse sábado
E se acabou no chão feito um pacote tímido
Agonizou no meio do passeio náufrago
Morreu na contramão atrapalhando o público

Amou daquela vez como se fosse máquina
Beijou sua mulher como se fosse lógico
Ergueu no patamar quatro paredes flácidas
Sentou pra descansar como se fosse um pássaro
E flutuou no ar como se fosse um príncipe
E se acabou no chão feito um pacote bêbado
Morreu na contra-mão atrapalhando o sábado

Por esse pão pra comer, por esse chão prá dormir
A certidão pra nascer e a concessão pra sorrir
Por me deixar respirar, por me deixar existir,
Deus lhe pague
Pela cachaça de graça que a gente tem que engolir
Pela fumaça e a desgraça, que a gente tem que tossir
Pelos andaimes pingentes que a gente tem que cair,
Deus lhe pague
Pela mulher carpideira pra nos louvar e cuspir
E pelas moscas bicheiras a nos beijar e cobrir
E pela paz derradeira que enfim vai nos redimir,
Deus lhe pague

(1971)








-Construcción-
Nacha Guevara, Letra de Mario Benedetti
Textos Impares - 1/03/08 


martes, 10 de noviembre de 2009

Sacrificio






SACRIFICIO
Philip K. Dick



El hombre salió al porche delantero y contempló el día. Claro y fresco... El rocío cubría la hierba. Se abrochó la chaqueta y hundió las manos en los bolsillos.
Mientras bajaba la escalera, las dos orugas que esperaban junto al buzón cuchichearon entre sí.
- Ahí va - dijo la primera -. Envía tu informe.
Cuando la otra empezó a girar sus antenas, el hombre se detuvo y dio media vuelta.
- Os oí - dijo.
Golpeó con el pie la pared, y las dos orugas cayeron sobre el pavimento. Las aplastó.
Después bajó corriendo por el sendero hasta la acera. Miró con recelo a su alrededor. Un pájaro daba saltitos en el cerezo, picoteando las cerezas. El hombre lo examinó. ¿Algún problema? El pájaro levantó el vuelo. No, ningún problema con los pájaros.
Siguió adelante. En la esquina tropezó con una telaraña que se extendía desde los matorrales al poste telefónico. Su corazón latió con violencia. Manoteó frenéticamente para abrirse paso. Luego miró por encima del hombro y comprobó que la araña se acercaba desde el matorral para inspeccionar los desperfectos de su obra.
Las arañas constituían un enigma. Necesitaba más hechos... Aún no se había producido ningún contacto.
Se detuvo en la parada del autobús. Golpeó el suelo con los pies para hacerles entrar en calor.
El autobús llegó y él subió a la plataforma, contento de sentarse entre la gente cálida y silenciosa que miraba al frente con indiferencia. Una vaga oleada de seguridad le invadió.
Rió entre dientes y se relajó, por primera vez en muchos días.
El autobús prosiguió su camino.


Tirmus agitó sus antenas, excitada.
- Votad, si ése es vuestro deseo - ascendió por el montículo -, pero antes de empezar dejadme que os recuerde lo que dije ayer.
- Ya lo sabemos - dijo Lala con impaciencia -. Pongámonos en marcha. Ya hemos trazado los planes. ¿Qué nos detiene?
- Más a mi favor. - Tirmus paseó la mirada por los dioses allí reunidos -. Toda la Colina está preparada para atacar al gigante en cuestión. ¿Por qué? Sabemos, sin ningún género de dudas, que no puede comunicarse con sus congéneres. El tipo de vibración, el lenguaje que utiliza, todo hace imposible que logre popularizar la idea que tiene de nosotros, de nuestros...
- Tonterías. - Lala se irguió -. Los gigantes se comunican muy bien.
- ¡No existe la menor noticia de que un gigante haya hecho pública ninguna información sobre nosotras!
El ejército se removió, inquieto.
- Adelante - dijo Tirmus -, pero es un esfuerzo vano. Es inofensivo..., está aislado. ¿Para qué perder el tiempo en...?
- ¿Inofensivo? - Lala la miró fijamente -. ¿Es que no lo comprendes? ¡Sabe lo que está ocurriendo!
Tirmus bajó del montículo.
- Me repugna la violencia innecesaria. Deberíamos guardar nuestras fuerzas para el día que las necesitemos.
Se procedió a la votación. Como era de esperar, el ejército se manifestó a favor de atacar al gigante. Tirmus suspiró y trazó un mapa sobre la tierra.
- Éste es el lugar donde vive. Es lógico suponer que volverá cuando termine la jornada. La situación, según mi punto de vista...
Siguió desarrollando su plan sobre el suave terreno.
Uno de los dioses se inclinó hacia su compañero hasta que las antenas se tocaron.
- Este gigante no tiene la menor oportunidad de salvarse. Por una parte, me da pena. ¿Por qué se le ocurrió entremeterse?
- Un accidente - sonrió el otro -. Ya sabes la manía que tienen de meter las narices en todo.
- Lo siento por él, a pesar de todo.


Anochecía. La calle estaba oscura y desierta. El hombre avanzaba por la acera, con el periódico bajo el brazo. Caminaba con rapidez, echando furtivas miradas a su alrededor. Rodeó el gran árbol plantado en la esquina y cruzó ágilmente la calle hacia la acera opuesta. Al girar la esquina se enredó con la telaraña, tejida desde el matorral al poste telefónico. Manoteó de forma automática para librarse del repelente contacto. Entonces escuchó un débil murmullo, metálico y agudo.
- ...¡espera!
El hombre se detuvo.
- ...cuidado..., dentro..., espera...
Su mandíbula colgó flojamente. Los últimos hilos se rompieron en sus manos y prosiguió su camino. La araña se deslizó detrás de él por los restos de la tela, esperando. El hombre volvió la vista atrás.
- Estás chiflada - dijo -. No me voy a arriesgar a quedarme ahí bien atadito.
Llegó al sendero que conducía a su casa. Lo subió, evitando aproximarse a los matorrales. Sacó la llave y la metió en la cerradura.
Se inmovilizó. ¿Dentro? Mejor que fuera, en especial de noche. Un período malo, la noche. Demasiado movimiento bajo los matorrales. Malo. Abrió la puerta y entró. La alfombra, un pozo de negrura, se extendía ante él. Al otro lado vislumbró la forma de una lámpara.
Cuatro pasos hacia la lámpara. Alzó un pie. Se detuvo.
¿Qué había dicho la araña? ¿Esperar? Esperó, y escuchó. Silencio.
Sacó el mechero y lo encendió.
Una alfombra de hormigas cayó sobre su cabeza, como un diluvio. Ganó el porche de un salto. Las hormigas se arrastraron con toda la velocidad de que eran capaces sobre el suelo, a la débil luz que entraba por las ventanas.
El hombre rodeó la casa. Cuando la primera oleada de hormigas se derramó en el porche, ya estaba girando la llave del agua, con la manguera preparada.
El chorro de agua dispersó las hormigas. El hombre ajustó la lanza de la manguera, forzando la vista para discernir en la oscuridad. Avanzó y disparó el chorro de un lado a otro.
- Malditas seáis - dijo con los dientes apretados -. Así que espera adentro...
Estaba aterrorizado. Dentro... ¡nunca antes! Un sudor frío le cubría la cara. Dentro. Nunca habían entrado antes. Alguna mariposa, y moscas, por supuesto. Pero eran inofensivas, ruidosas...
¡Una alfombra de hormigas!
Las roció salvajemente hasta que rompieron filas y fueron a refugiarse en la hierba, en los matorrales, bajo la casa.
Se sentó en la acera, sin dejar de aferrar la manguera, temblando de pies a cabeza.
Lo habían planeado a la perfección. No se trataba de un ataque rabioso, frenético y espasmódico, sino de una acción de guerra planificada en todos sus detalles. Le habían esperado. Un paso más.
Gracias a Dios por la araña.
Cortó el agua y se puso en pie. No se oía el menor ruido; silencio absoluto. Los matorrales se agitaron. ¿Un escarabajo? Algo negro surgió; lo aplastó con el pie. Un mensajero, probablemente. Un corredor de primera. Entró cabizbajo en la casa, iluminándose con el mechero.
Estaba sentado ante su escritorio, con el pulverizador de acero y cobre a mano. Acarició la fría superficie con los dedos.
Las siete. La radio sonaba con el volumen muy bajo. Se inclinó hacia adelante y movió la lámpara del escritorio para que iluminara el suelo.
Encendió un cigarrillo. Cogió papel y pluma. Reflexionó unos minutos.
Lo habían planeado todo para eliminarle. La desesperación se abatió sobre él como un torrente. ¿Qué podía hacer? ¿A quién iba a pedir ayuda? ¿Quién le iba a creer? Apretó los puños y se irguió en la silla.
La araña se dejó caer sobre el escritorio.
- Lo siento. Confío en que no te haya asustado, como en el poema.
El hombre la contempló sin pestañear.
- ¿Eres la misma? ¿Aquella de la esquina? ¿La que me avisó?
- No, ésa era otra. Una Hilandera. Yo, en concreto, soy una Masticadora. Observa mis mandíbulas. - Abrió y cerró la boca -. Me las como a puñados.
- Estupendo - sonrió el hombre.
- Desde luego. ¿Sabes cuántas de nosotras hay en, digamos, un acre de tierra? A ver si lo adivinas.
- Un millar.
- No. Dos millones y medio, de todas clases: Masticadoras, como yo, o Hilanderas, o Picadoras.
- ¿Picadoras?
- Son las mejores. Por ejemplo, la que llamáis viuda negra. Muy valiosa. Pero...
- ¿Qué?
- También tenemos nuestros problemas. Los dioses...
- ¡Dioses!
- Hormigas, como decís vosotros. Los líderes. Están por encima de nosotras. Es una pena. Tienen un sabor detestable..., me enferma. Vamos a abandonarlas en favor de los pájaros.
El hombre se puso en pie.
- ¿Los pájaros? ¿Son...?
- Bueno, hemos llegado a un acuerdo. Esto ya ha durado mucho tiempo. Te contaré la historia. Aún nos queda un poco de tiempo.
El corazón del hombre se contrajo.
- ¿Algo de tiempo? ¿Qué quieres decir?
- Nada. Un problemilla sin importancia que se suscitará más tarde. Deja que te cuente los antecedentes. Creo que no los conoces.
- Adelante, te escucho.
Empezó a pasear por la habitación.
- Ellas gobernaban la Tierra muy bien, hace un millón de años. Los hombres vinieron de otro planeta. ¿De cuál? Lo ignoro. Aterrizaron y decidieron apoderarse de la Tierra. Hubo una guerra.
- Así que somos nosotros los invasores - musitó el hombre.
- Pues sí. La guerra condujo a la barbarie a ambos bandos. Vosotros olvidasteis vuestros conocimientos, y ellas degeneraron en un sistema de clases sociales muy rígido, hormigas, termitas...
- Entiendo.
- El último grupo de hombres que recordaba la historia nos adiestró. Fuimos educadas - la araña rió entre dientes a su manera -, educadas en algún lugar para este propósito. Las mantuvimos a raya. ¿Sabes cómo nos llaman? Las Devoradoras. Desagradable, ¿verdad? Dos arañas más descendieron hacia el escritorio. Las tres se agruparon para conferenciar.
- Es mucho más serio de lo que pensaba - dijo la Masticadora - No sabía absolutamente nada. La Picadora...
La viuda negra se aproximó al borde del escritorio.
- Gigante - gritó con voz aflautada -, me gustaría hablar contigo.
- Adelante - dijo el hombre.
- Vamos a tener algunos problemas. Se acerca un ejército de hormigas. Nos quedaremos contigo un rato.
- Entiendo. - El hombre se mojó los labios y se alisó el pelo con dedos temblorosos -. ¿Crees que... hay alguna oportunidad de...?
- ¿Oportunidad? - La Picadora osciló pensativamente -. Bueno, hace mucho tiempo que nos dedicamos a esta tarea. Casi un millón de años. A pesar de los inconvenientes, pienso que les llevamos ventaja. Nuestros acuerdos con los pájaros y, por supuesto, con los sapos...
- Creo que podemos salvarte - interrumpió la Masticadora con optimismo -. De hecho, prevemos acontecimientos como éste.
Por debajo de las tablas del piso se oyó un sonido distante y rasposo, el ruido de una multitud de alas y garras diminutas que vibraban débilmente. Al oírlo, el hombre se puso a temblar.
- ¿Estáis seguras? ¿Podréis hacerlo?
Se secó el sudor que se agolpaba sobre el labio superior y cogió el pulverizador.
El sonido aumentaba de potencia, dilatándose bajo el suelo, bajo sus pies. Los matorrales cercanos a la casa se agitaron y varias mariposas volaron hacia la ventana. El sonido crecía en intensidad por todas partes, un ascendente murmullo de cólera y determinación. El hombre miró de un lado a otro.
- ¿Seguro que podéis hacerlo? - murmuró -. ¿Podéis salvarme?
- Oh - exclamó la Picadora, confundida -. No me refería a esto. Me refería a las especies, a la raza..., no a ti como individuo.
El hombre la miró boquiabierto y las tres Devoradoras se removieron, incómodas. Otras mariposas se estrellaron contra la ventana. El suelo bajo sus pies se combaba.
- Entiendo - dijo el hombre -. Lamento haber comprendido mal vuestras palabras.



[FIN]




Philip Glass - Koyaanisqatsi










sábado, 7 de noviembre de 2009

A quien conmigo va




- A quien conmigo va.


No abras los ojos.
Cuando llegues, no los abras:
déjate llevar tan sólo por los rompientes
del silencio,
por las escarpaduras de mi piel,
por los más recónditos
impulsos de tu rendición.
No los abras:
apaga tu mirada
porque no abrumes la mía
con el apresto de tu encanto.
Abandónate al más absoluto azar:
que entre nosotros
todo sea intempestivo,
caótico y reciente,
como los restos de un naufragio,
como una canción oída al pasar...
Y luego cuéntame lo que queda oculto
al cabo de tus ausencias.
Dime lo que quiero oír:
repíteme la salmodia de tus protestas más tiernas;
ésas que hieren tan blandamente
a ese ausente que conmigo va...

Pedro Sanz

lunes, 2 de noviembre de 2009

Una Tarde en lo de Dios




UNA TARDE EN LO DE DIOS
 
por Stephen King
 
Una obra de un minuto, 1990

 
ESCENARIO EN PENUMBRAS. Acto seguido un reflector ilumina un globo de papel maché que gira sobre sí mismo en el medio de la oscuridad. Poco a poco, las luces del escenario SE ENCIENDEN y podemos ver una desnuda representación de una sala de estar: una silla común y corriente junto a una mesa (hay una botella de cerveza abierta sobre esa mesa) y un televisor al otro lado del cuarto. Hay un refrigerador de picnic lleno de cerveza bajo la mesa, además de cierta cantidad de botellas vacías. DIOS la está pasando en grande. Se advierte una puerta a la izquierda del escenario. 
 
DIOS —un tipo corpulento de barba blanca— está sentado en la silla, leyendo un libro (Cuando las cosas malas le suceden a las personas buenas) y mirando la pantalla alternadamente. Cada vez que quiere mirar la tele tiene que estirar el cuello porque el globo flotante (que imagino que en realidad cuelga de un hilo) se encuentra justo en la línea de su visión. Por la tele están pasando una comedia. De vez en cuando DIOS se ríe entre dientes junto a las risas grabadas. 
 
Suena un golpe en la puerta. 
 
DIOS (con la voz bien amplificada):

¡Adelante! ¡Pase, pase que está abierto! 
 
La puerta se abre. SAN PEDRO entra en escena, vestido con una moderna túnica blanca. Además está llevando un maletín. 
 
DIOS: 
 
¡Pedro! ¡Creí que estabas de vacaciones! 
 
SAN PEDRO: 
 
Salgo en una hora y media, pero pensé en traerle los papeles para que los firme. 
 
¿Y usted cómo se encuentra, DIOS? 
 
DIOS:
 
Mejor. Ahora sé lo que es comer esos ajíes picantes. Me hacen salir fuego por ambos extremos. ¿Trajiste las cartas de las transmisiones del infierno? 
 
SAN PEDRO: 
 
Sí, por fin. Gracias a DIOS. Si es que me disculpa el juego de palabras. 
 
Saca algunos papeles de su cartera. DIOS los examina y luego tiende una mano con impaciencia. SAN PEDRO se había quedado observando el globo flotante. Luego vuelve la mirada, descubre que DIOS lo está esperando, y le coloca una lapicera sobre la mano extendida. DIOS garrapatea su firma. Mientras lo hace, SAN PEDRO vuelve a mirar fijamente al globo. 
 
SAN PEDRO: 
 
¿De modo que la Tierra sigue allí, eh? Después de todos estos años. 
 
 
DIOS le devuelve los papeles y la contempla. Luce bastante irritado. 
 
DIOS: 
 
Sí, la mujer de la limpieza es la perra más olvidadiza del universo. 
 
Una EXPLOSIÓN DE RISAS suena en la televisión. DIOS estira el cuello para poder ver, pero es demasiado tarde. 
 
DIOS: 
 
¡Maldición! ¿Ese era Alan Alda? 
 
SAN PEDRO: 
 
Puede que haya sido, señor; en realidad no logré verlo. 
 
DIOS:
 
Yo tampoco. 
 
Se inclina hacia adelante y aplasta al globo flotante, reduciéndolo a polvo. 
 
DIOS (inmensamente satisfecho): 
 
Bien. Hace bastante tiempo que andaba con ganas de hacerlo. Ahora puedo ver la televisión tranquilo. 
 
SAN PEDRO observa con tristeza los restos aplastados de la Tierra. 
 
SAN PEDRO: 
 
Umm... me temo que ése era el mundo de Alan Alda, DIOS. 
 
DIOS:
 
¿En serio? (risitas en la televisión) ¡Robin Williams! ¡Yo AMO a Robin Williams! 
 
SAN PEDRO:
 
Me parece que Alda y Williams se encontraban allí cuando... bueno... cuando usted pronunció el Juicio Final, señor. 
 
DIOS: 
 
Oh, no hay problema: tengo todos los vídeos. ¿Quieres una cerveza? 
 
Cuando SAN PEDRO acepta una, las luces del escenario comienzan a bajar de intensidad. Un reflector se concentra sobre los restos del globo. 
 
SAN PEDRO: 
 
Realmente me caía bien, DIOS; la Tierra, quiero decir. 
 
DIOS:
 
No estaba tan mal, pero hay más de esas por ahí. Y ahora... ¡Brindemos por tus vacaciones! 
 
Ambos no son más que dos sombras en la penumbra, aunque DIOS es el más fácil de distinguir porque tiene un débil halo de luz alrededor de su cabeza. Hacen entrechocar sus botellas. En la tele suenan varias carcajadas. 
 
DIOS: 
 
¡Mira! ¡Es Richard Pryor! ¡Ese tipo me mata! Aunque imagino que también estaba... 
 
SAN PEDRO: 
 
Ummm... así es, señor. 
 
DIOS: 
 
Mierda. (Una pausa). Tal vez fuera mejor que dejara de beber. (Otra pausa). Aunque de todas formas... iba a terminar de esa manera. 
 
La escena se funde en negro, salvo por el reflector que ilumina las ruinas del globo flotante. 
 
SAN PEDRO: 
 
Sí señor. 
 
DIOS (murmurando):
 
¿Mi hijo volvió, no? 
 
SAN PEDRO: 

Así es señor, hace ya algún tiempo. 
 
DIOS: 
Bueno. Entonces está todo bien. 
  

EL FOCO SE APAGA.