Una vez dentro la autoorganización del grupo era el sonido emergente, que se mezclaba con el de los pensamientos, individuales en un principio, de cada uno de los sujetos. Los sonidos se correspondían intangiblemente con los del análisis y la atención del grupo; los oídos estaban abiertos.
Pero antes de llegar, mucho antes en la madrugada para mí ya había sonidos difíciles de olvidar. Estaba solo en un apartamento probablemente vacío, completamente desconocido. Mis movimientos eran los del buscador del detalle revelador de una presencia ajena, que no llegaba.
Únicamente el viento se manifestaba tangiblemente, golpeando contra la ventana de este noveno piso de soledad ahora dejada atrás. Estaba solo en una habitación vacía y mis oídos estaban bien abiertos, lo puedo asegurar.
Los bolígrafos rasgan inseguros el papel y el taller empieza. Cada participante escribe una historia sonora y a mí me es imposible no pensar un título de E. A. Poe, “El Poder de las Palabras”
14.05.2010
El Relato de la Sombra de Providence, aquí debajo.